miércoles, 30 de noviembre de 2011

El colecho

No sin reticencias, la primera noche nuestro hijo mayor, durmió en la cama. Y no lloró. Y descansamos. Y entonces pensamos, “si el niño no llora, duerme, y nosotros descansamos, ¿por qué es tan perjudicial?”
Sobre esto hay muchas hipótesis.
-Le puedes aplastar. Vale, esto da miedo, y como por mucho que te informes de que es seguro, con la vida de tu hijo no juegas, te compras un cuna nido portátil para poner encima de la cama y que vale una pasta, y le acuestas en ella, en medio, al ladito de papá y mamá, y se pasa la noche llorando, como si estuviera a mil metros de ti. Y te das cuenta de que para ál, que busca olerte, tocarte y mamar, una super cuna nido portátil es un impedimento para estar con papá y mamá. Y te das con la cuna en la cabeza.
-No sabes si ha comido. ¿Y eso es malo? Es decir, que no coma en muchas horas puede ser malo, pero que coma y no te enteres porque estás dormida, ¿es malo? Yo creo que es gratificante porque te despiertas más descansada que si te levantas cada tres horas de reloj y te sientas en un sillón a dar de mamar al niño veinte minutos de cada pecho (ni quince, ni treinta, que si no se queda con hambre en el primer caso, y se empacha en el segundo).
-Se acostumbra. Ya. Todos nos acostumbramos a lo bueno pronto, ¿y por eso dejamos de hacerlo? Yo me voy de vacaciones todos los años sabiendo que la vuelta es horrible, pero me voy, a sabiendas de que puedo acostumbrarme. De todas formas, si en algún momento deseas sacarle de la cama, con paciencia y poco a poco, puedes hacerlo.
Óscar a los dieciocho meses dormía casi toda la noche en su cuna, en su habitación. Pero podría seguir en nuestra cama, de hecho, el día que quiere, duerme toda la noche con nosotros. A los dos años elegimos su habitación nueva, y desde los tres duerme en ella (a veces viene, claro está).
Iván duerme con nosotros, en la cama, desde el día que nació. La cuna del hospital, tampoco la usó.

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