Dar de mamar es algo natural, instintivo e intuitivo, y sin embargo se presenta como un reto muy difícil de afrontar.
Una vez me dieron un consejo, el mejor que he podido aplicar: “Cuando tienes un hijo, hazle caso a tu sentido común”. El sentido común se infravalora y menosprecia en una sociedad plagada de fuentes documentales, revistas que todo lo saben y que chocan con las opiniones de las resabiadas abuelas que confían en la antigua usanza, Internet mal usado, enfermeras que te “orientan” para que introduzcas alimentos en la dieta de tu hijo a un determinado mes y no a otro, programas de televisión que te ayudan a educar a tus hijos con unas sencillas pautas, libros que proponen técnicas de aprendizaje para todo: dormir, comer, crear hábitos a base de condicionamientos… ¿Dónde queda el pensamiento propio?
Si a las dificultades normales de ser madre les añades tanta información que no consigues canalizar correctamente y sin tener una experiencia previa para discernir lo que es coherente y lo que no, el feliz proceso de lactar puede resultar traumático.
Hace años (y no tantos como cabe pensar) las mujeres tenían a sus hijos solas, o con una pequeña ayuda (o guía) externa, pero siguiendo lo que les marcaba su cuerpo. Hoy día no escuchamos a nuestro cuerpo porque no nos interesa; lo que tiene que decir es contrario a lo que marca “nuestra sociedad”. Los bebés nacían y eran, como ahora, igual de frágiles e indefensos, pero entonces, al contrario que hoy, sus madres lo primero que hacían era besarlos y abrazarlos, y acto seguido, ponerlos al pecho. Ahora es necesario un reconocimiento que en ocasiones se dilata y la separación de dos cuerpos que han estado siempre juntos es frustrante para ambos.
En el hospital te encuentras en un medio hostil, normalmente poco acogedor, y el miedo y la incertidumbre te llevan a tomar decisiones en base a lo que solicita el personal médico, dejando de lado tu idea de un parto “humanizado”, sin estar tumbada en una camilla.
Pero esas primeras horas de exaltación en el recién nacido son vitales para que todo fluya normalmente. El instaurar la lactancia en los primeros minutos consigue unos mejores resultados, además de fomentar en la madre el aumento de la oxitocina (hormona del amor, que hace que se desencadene todo el proceso de bienvenida al mundo).
En absoluto quiero decir que lo de antes sea mejor que lo de ahora, ni viceversa. Confío en encontrar el equilibrio. Quizá España aún está lejos de otros países donde el 97% de las madres dan el pecho y los partos se dilatan el tiempo necesario sin oxitocina química.
Con la atención actual en el embarazo, parto y post-parto se reduce significativamente la mortalidad infantil. Las medidas de higiene son mejores y los conocimientos médicos han conseguido salvar barreras que parecían inquebrantables; sin embargo, perdemos ese toque de naturalidad y el aprendizaje a través de la observación.
Con todo, dar el pecho es un arte. Actualmente aprendemos a dar de mamar (a pesar de ser algo tan intuitivo, hay que dejarse guiar) a través de los conocimientos que nos inculcan los expertos, normalmente en el hospital: matronas, enfermeras… Pero no tenemos generalmente alguien en quien fijarnos de forma cercana. Las mujeres dan de mamar durante un tiempo muy limitado, y no siempre lo hacen de cara a otras personas.
Dar el pecho no deja de ser un acto íntimo, por muchas personas que te rodeen. Hacerlo delante de otros es una decisión de la madre (que puede sentirse incómoda) y del niño (que puede solicitar el pecho en cualquier momento, sin importarle nada más).
Cuando no sabes hacer algo, buscas referentes para aprenderlo. Yo no sabía dar de mamar porque no me fié de mí misma y no lo había visto hacer a nadie. Aunque lo imaginas, crees que tú no vas a ser capaz. Sin embargo, puse todas mis fuerzas en seguir las indicaciones de la enfermera de planta: una niña de veintipocos que veía niños a diario pero nunca había tenido uno en brazos, y mucho menos en su pecho.
Así, cometí errores que hoy no repetiría: dejé que se llevaran a mi bebé al nido por la noche, para que yo “descansara”, admití que le diesen un biberón glucosado mientras estaba separado de mí, utilicé pezoneras (de silicona, y de una marca concreta, porque “son las mejores” porque mi nene “no se enganchaba” y yo “no tenía pezón”), le di chupete para que no llorase, le mantuve nada más llegar a la habitación dos horas en su cuco con una bolsa de agua caliente, “para que no perdiese calor”… Un sin fin de cosas que hoy día no aceptaría.
El niño, al pecho, y debajo de mi camisón. Eso haría.
Además, llegados a este punto sería importante destacar una nueva diferencia que se ha instaurado en la sociedad moderna frente a la época anterior: las horas. Dar el pecho a demanda se está “poniendo de moda” pero siempre ha sido así. El niño mama lo que necesita y cuando lo necesita, y si se lo permitimos, hasta la edad que él desea. Sin embargo, no han sido (y son todavía) pocos los que le ponen tiempos a la lactancia. Es muy común dar de mamar a un recién nacido cada tres horas, y unos veinte minutos de cada pecho ¿quién puede disfrutar así de un acto tan maravilloso?
Si intentamos adecuar la lactancia materna a la artificial (y no al revés), conseguimos precisamente eso.
Una de las mejores cosas que tiene dar de mamar es, en mi opinión, que nunca sabes cuánto ha comido, y por supuesto, no tienes que tirar lo que ha dejado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario