No quiero convencer, ni remover conciencias. Se trata de contar una experiencia, la mía.
Vivimos en un mundo en el que, por suerte, elegimos. Decidimos en cada momento porque podemos hacerlo, tenemos herramientas para buscar soluciones a los problemas y medios para llevarlas a cabo. Sin embargo a veces elegimos no elegir, y caemos en gregarismos. Nos dejamos llevar por la masa.
“El niño llora, será que se queda con hambre. Dale un biberón de complemento”. Ese complemento aboca a la lactancia materna al fracaso, pero no te lo van a contar. Tampoco te van a decir cómo te sentirás cuando el niño esté confundido y no sepa por qué mamá le da un bibe teniendo la teta tan a mano… O si va a ser tan pequeño que va a “colar” lo del bibe, pero claro, luego ya no querrá teta… Todo eso no te lo dicen. Sólo hay tablas, percentiles y a veces, a pesar de que todo eso sea correcto, simples impresiones que se trazan en sentencias a una madre que no puede asumir todo.
Sólo pretendo hablar de sentimientos. De mis sentimientos, de los de mis hijos, de los de mi marido.
Lo mejor que me pasa cada día (y es mucho decir, porque hay día en los que pasan cosas muy buenas) es el momento en el que me mira y me dice “ata” (que en su lengua de trapo significa “teta”) y se pone ansioso mientras me desabrocho. Luego le miro, y sonríe, y mama a todo gas unos minutos (muy pocos, siempre ha sido un niño de “teta Express”). Y después me acaricia.
Recuerdo que, cuando nació y la lactancia materna se tambaleaba, yo pensaba, “un mes más, y si no lo dejo…” Después de 21 meses, el día que él decidió dejarlo me dió una pena horrible, pero no fui yo quien le quitó el privilegio. Ahora miro a Iván y pienso, "sigue así mucho tiempo, hijo".
Al principio es cansado, igual que con biberón, o quizá algo menos, porque aunque no te puedes repartir ninguna toma con el papá, no tienes que levantarte a preparar biberones, calentar agua, medir leche, sentarte… Eso desvela. Se lo puedes dar recostada, sin encender la luz, y luego seguir durmiendo. Que os quedáis dormidos a medias, mejor que mejor, cuando os despertéis, cambio de postura, y a la otra teta.
Óscar se tiraba todo el día al pecho, Iván, también. Nunca ha seguido unas horas y yo no he mirado el reloj. A veces mama quince minutos de cada una y otras veces tres y sólo de una. Poco a poco él se fue normalizando, y se marcó sus propias pautas. Iván, el pequeño, hace lo mismo.
La naturaleza es sabia, y se regula sola. Pero lo lógico es que sea cambiante, con el tiempo, con los días… Eso de “desde los dos meses duerme toda la noche del tirón…” o “le tienes mal acostumbrado porque el mío llora un poquito y luego se duerme…” me parecen utopías. Puedo contar con los dedos las noches que no se han despertado.
De hecho, si algún día no toma pecho, no sé cómo voy a calmarle por la noche, porque me parece lo más sencillo del mundo. Un trago, el olor de mamá, y dormido como un tronco.
Analizando las ventajas y los inconvenientes de la lactancia materna, la balanza se decanta en mi caso por las primeras.
El “boom” hormonal fue bajando paulatinamente, al contrario que si hubiera tomado medicación para bloquear la subida de leche, el sentimiento de tristeza que te puede invadir tras el parto se minimiza, la sensación de apego al recién nacido es mayor dado que come de ti, y esa experiencia es tanto o más gratificante que sentirle moverse en la tripa.
A nivel del niño éste obtiene todas las defensas que su madre le transmite. No corres el riego de empacharle, se elimina el riesgo de alergias, previene los cólicos del lactante, toma lo que realmente necesita (si la lactancia es a demanda), tiene el líquido que necesita (no hay que darle agua, que ya lo adapta él solito, a la carta), se siente más protegido por su madre ya que tiene el contacto constante con su piel, y aprende a succionar de forma natural.
Y en cuanto a la madre, la lactancia previene varios tipos de cáncer, osteoporosis y otras enfermedades, retrasa la llegada de la menstruación, lo que es positivo para que la madre se encuentre con fuerzas y no pierda hierro, consigue que el cuerpo se recupere del parto más rápido, sin esfuerzos, te obliga atener una alimentación sana y equilibrada y tomar mucho líquido, algo fundamental para cualquier organismo y que a veces no ponemos en práctica… Y lo que es más importante, y que yo veo como una ventaja (habrá quien lo vea como un inconveniente, claro está) es que sólo lo puedes hacer tú. Cualquier persona le podrá hacer o dar a tu hijo cualquier otra cosa, pero el pecho es tuyo, y por supuesto ese momento, también.
Y como no podía ser de otro modo, también tiene cosas peores. El pecho se descompensa en ocasiones según tome más o menos de cada pecho, pierde forma por las constantes subidas del principio, que hacen que se hinche y se deshinche varias veces al día, si usas la lactancia como método anticonceptivo puedes tener alguna sorpresa (sólo funciona en casos concretos donde la lactancia es totalmente exclusiva y a demanda, no con horarios, sin saltarte ni una toma, y sólo durante los primeros seis meses del bebé). Hay quien dice que es esclavo, aunque yo no lo veo así, para mí es más esclavizante tener que salir a la calle con todo preparado “por si acaso”.