miércoles, 30 de noviembre de 2011

Más mayorcitos... y mamando

Los dientes

Cuando dicen que los dientes no se notan, no es del todo cierto. Cuando ya están en la boquita, si el niño mama correctamente, efectivamente no se notan. Pero cuando están saliendo, sí.
El niño está molesto con la boca y quiere morder, y un buen consuelo es contar con el pecho de mamá. Pero a veces aprietan, y resulta molesto.
También depende de la edad a la que empiecen a salir los dientes, cuanto más pequeño sea, menos conciencia de que hace daño tendrá.
A mi hijo le comenzaron a salir a los diez meses (yo tengo una teoría, y es que como la base de su alimentación era el pecho por aquel entonces, no necesitaba dientes porque no iba a masticar mucho, aunque no puedo probarla, me parece factible), y desde entonces (ahora tiene dieciocho) le han salido siete y alguna muela.
Hoy día, si me pongo a hablar con alguien mientras toma el pecho o me distraigo, me muerde y se ríe para que yo vuelva a atenderle. No me parece bien, ni mucho menos, y me enfado y le regaño, e incluso en alguna ocasión le he retirado el pecho en una toma, pero tengo que reconocer que ingenio no le falta.

Sin miedo al qué dirán

Y aquí, tristemente, llegamos a un punto crítico, el “qué dirán”.
“Mi niño es mío y le alimento como quiero”, pero parece que no. Yo tengo que justificar a menudo que mi hijo toma el pecho (aunque como me gusta discutir sobre el asunto, suelo dar juego). Cuando procuro que las reuniones sean por la mañana porque la merienda se la doy yo, cuando le ven corriendo en el parque y que viene a pedir teta porque tiene sed… En fin.
Hace no muchos años nadie habría dicho nada, ¿por qué carecemos de memoria histórica?

Relactación

Y puede que en algún momento el niño decida dejar de mamar, o tú quieras (o tengas) que dejar de darle, pero la decisión puede no ser definitiva.
En primer lugar, el destete debe ser muy lento, llegando a durar meses. No es cuestión de decir “mañana desteto al niño”, más que nada porque el dolor de pecho que puede generar debe ser tremendo, y porque al niño le puedes crear un trauma por quitarle algo que ha tenido siempre a su disposición cuando lo ha querido.
Además, un niño pude dejar de mamar por cualquier motivo durante un tiempo (incluso meses) y luego volver a querer porque tiene un cambio en su vida, o por la llegada de un hermanito. No hay nada de malo en dejarle volver, no vas a crear un “monstruo” por hacerlo. De hecho, que yo sepa, el exceso de cariño no convierte a la gente en psicópatas despiadados, sino más bien todo lo contrario.

Alimentación complementaria

Complementaria significa, precisamente, que sirve de complemento a la leche, bien sea artificial o materna. No ocurre al revés. La alimentación que se va introduciendo poco a poco no es la base, ésta sigue siendo la leche.
Al hablar de alimentación complementaria me vienen a la cabeza las diferencias que encuentras por épocas, por zonas geográficas o incluso por profesionales como pediatras y enfermeras.
Es curioso que dependiendo del criterio médico puedas o debas introducir un nuevo alimento en cada mes. ¿Por qué no pueden tomar piña y sí naranja?, ¿quién razonamiento hay detrás de que la berenjena sea “más peligrosa” que el calabacín? Su pongo que serán preguntas sin respuesta.
Me parece lógico probar, poco a poco, y con sentido común. No es cuestión de que a los seis meses y un día le demos al niño un puré de lentejas con chorizo. Se trata de introducir, paulatinamente, y sin forzar, nuevos alimentos.
Recalco “sin forzar”. Forzar no se refiere sólo a obligar o aplicar violencia física. Insistir demasiado, constreñir, imponer o utilizar amenazas o condicionales también son formas de forzar.
Los niños tienen sus gustos y creo razonable respetarlos. Yo no como garbanzos, nunca, y no he muerto. No me gustan, se me hacen una pasta en la boca y “no me pasan”. Entiendo que deben probar todo, pero luego decidir sus propios gustos, teniendo en cuenta que existen múltiples posibilidades para tener una alimentación sana y equilibrada. No digo que sólo coma chuches (que no debería ni probarlas hasta que tenga unos añitos), pero si no le gustan las judías verdes, igual puede comer guisantes, habas o acelgas.
Hace poco hablaba con una madre que me decía lo mal que comen la fruta sus hijos y se sorprendía al saber que a Óscar sí le gusta. Ahondando un poco más descubrí que les prometía parque a cambio de comerse una gran papilla de plátano, naranja, pera, manzana y galletas… En ese caso, contesté, a Óscar tampoco le gusta la fruta. Él merienda medio plátano a mordiscos, o una rajita de melón, algo de sandía… pero picoteando, y por supuesto, después de mamar. No creo que a un bebé le quepa en la tripa tanta fruta, aunque esté pasada.
Siguiendo con la alimentación complementaria no hay que olvidar el cuando. Se establecen unos criterios de introducción de otros alimentos que no sean leche hacia los seis meses. Pero si el niño sólo quiere teta hasta los ocho, tampoco le va a pasar nada. Lo importante es ir probando.
La textura es importante. Pueden preferir el puré fino, o grueso, o incluso mordisquear algo del plato de papá o mamá.
El sentido común, de nuevo es predominante en esta fase de su desarrollo.
Actualmente tengo un bebé de ocho meses y medio que, muy sabiamente, en la guarde se come “lo que le echen”. Papillas de cereales con mi leche, puré de verduras con carne, fruta, yogurt… Y en casa, nada de nada más que teta. Listo que es uno. Y yo, por supuesto, se lo respeto.
Poco a poco va abriendo la boca y así ha descubierto las delicias del pan con jamón, el arroz cocido, los guisantes, la fruta… Eso sí, a trocitos, minúsculos “como los mayores”.

“Tu leche ya no le alimenta”

Vale, has podido con todo y con todos, has vencido las trabas “normales” que pueden ir surgiendo, pero tu bebé, ya come otras cosas… Entonces, ¡quítale el pecho!
¿Por qué? No lo sé, pero llega una edad en la que muchos pediatras y familiares muy “entendidos” te informan que un buen biberón de leche (no materna, claro, que parece agüilla) con ocho cacitos de cereales (la cream de la cream) le hará dormir del tirón, y desarrollarse correctamente.
En este sentido creo que lo más importante es no quitar la razón a nadie. Tú sabes la relación que tienes con tu hijo y lo que significa para ambos el dar el pecho, entonces, no discutas. Si opinan, que opinen, que es muy normal en nuestra sociedad hablar de lo que no sabemos (no hay más que encender la televisión para encontrar ejemplos a discreción).
En ningún momento tu leche deja de ser leche y se convierte en suero. Es leche materna, por lo tanto, se adapta mejor que la artificial, a las necesidades de cada edad. Por lo tanto, es imposible que no le alimente. Lo que sí es cierto es que en algún momento deberá ser imprescindible tomar algo más (o al menos suplementos de hierro para el bebé si la lactancia exclusiva lo prolonga en el tiempo a partir de los seis meses). Aunque sinceramente no tengo demasiada información al respecto porque no creo que nadie haya hecho la prueba de vivir a base de leche materna hasta la edad adulta…

Enfermedades

Pueden ser del niño o de la madre.
En el primer caso, hacer caso al médico. Si le prescriben una medicación, hay que dársela y esperar que mejore. Es normal que pierda el apetito y también es normal que el pecho le consuele.
No le fuerces, dáselo cuando lo reclame.
Si toma otros alimentos además, que él decida, pero no dejes de ofrecerle el pecho porque les suele aliviar.
Si no comiera en días sí sería recomendable sacarse la leche porque a no ser que ya sea mayorcito y la lactancia esté más que asentada, pueden surgir complicaciones.
En caso de que sean de la madre, también hay variedad.
Las relacionadas con el pecho como la mastitis se solucionan poniendo al niño al pecho muy frecuentemente, pero si no mejora el médico recomendará algún medicamento oportuno. Por supuesto, no hay que dejar de mamar mientras se medica, especialmente si se trata de mastitis ya que el remedio sería peor que la enfermedad.
Para saber si se trata de una mastitis basta con notarse el pecho excesivamente cargado y probar la leche. Si sabe salada (aumenta la concentración de sodio), no hay duda. Puede que al niño no le guste el nuevo sabor (entonces saca la leche para que no disminuya la producción) o que tengas la suerte de tener un  niño todoterreno. Yo he dado con el segundo caso.
Y luego están las más cotidianas: catarros, gripes, gastroenteritis, etc… Para todas ellas los medicamentos son compatibles con dar de mamar. Además, si lo haces, le estarás pasando todos los anticuerpos para protegerle frente a ella.
Si tu producción de leche disminuye con una fiebre alta, no te preocupes, todo volverá a la normalidad. Lo que hay que tener en cuenta es que algunos medicamentos también modifican ligeramente el sabor de la leche, pero a falta de pan…

"Tu leche no alimenta"

El niño llora porque es llorón (como casi todos), o llora demasiado poco, o mueve las piernas cuando come porque es inquieto, o tu leche no se desborda bajo el sujetador (hay que tener en cuenta que tener el empapador mojado es un defecto de rodaje, no una virtud), o no engorda medio kilo cada semana, o duerme mucho, o duerme poco, o no notas el “golpe de leche” mientas come, o qué se yo … Da igual cual sea el caso, que siempre habrá alguien (normalmente mayor que tú y con sobrada experiencia en la materia) que te dirá “eso es porque tu leche no le alimenta”, dale un biberón.
Antes esta situación por la que pasa casi la totalidad de las mamás primerizas, las opciones deben ser coherentes. Si el bebé crece sano y se le ve feliz y la mamá desea dar de mamar, no tiene que dejar de hacerlo.
En mi caso, gracias al incondicional apoyo de su papá, Óscar sigue con “su teta”. Vencimos ese asalto.

¿Come bien?

¿Se le ve bien? Pues claro que come bien. A un niño mal alimentado se le nota: le falta luz, vitalidad, fuerzas, y pierde peso. Si no ocurre esto, es que está bien, a pesar de las dudas.
El hecho de pesarle cada semana provoca nervios porque la báscula parece la evaluación de tu leche. Si el niño de fulanita engorda más, es que su leche es mejor. Es absurdo, pero yo he bajado a la farmacia a por un bote de leche artificial que sabía que no iba a abrir, pero que necesitaba tener en casa como “apoyo”. No era tal apoyo, era una espada de Damocles mirándome cada vez que abría el armario.
Los percentiles son orientativos, pero a todos nos gusta que nuestro hijo sea el más grande y el más alto sin tener en cuenta que hay padres realmente pequeños que no pueden tener hijos del percentil 97, o padres muy altos que por mal que alimenten a su hijo, éste no se estancará en el metro cincuenta.
El ambiente influye mucho en el crecimiento, peor no hay que olvidar que partimos de un mapa genético determinado.
El hecho de estar por debajo del percentil 50 no significa estar bajo de peso o corto de talla, sino, dentro de la curva normal. De hecho para que exista una media, tiene  que haber niños sanos con más peso y niños sanos con menos peso. A todos nos parece obvio cuando lo vemos en casa ajena.
Si el niño está demasiado cansado para mamar o a pesar de que va pasando tiempo sólo come y duerme, es mejor que le echen un vistazo, puede ser perezoso, pero más vale prevenir.
No es necesario cometer el error de sacarte la leche para ver cuánta tienes. Lo primero porque si no la congelas luego, la echas a perder (¿o se la vas a dar en un biberón?) y lo segundo, porque el sacaleches no saca lo mismo que tu hijo, nunca. Tu hijo le pide al pecho cada toma lo que necesita. Una toma puede ser de 30 mililitros y otra de 150. Por suerte, y recalco por suerte, no lo sabes y no lo puedes controlar.

El colecho

No sin reticencias, la primera noche nuestro hijo mayor, durmió en la cama. Y no lloró. Y descansamos. Y entonces pensamos, “si el niño no llora, duerme, y nosotros descansamos, ¿por qué es tan perjudicial?”
Sobre esto hay muchas hipótesis.
-Le puedes aplastar. Vale, esto da miedo, y como por mucho que te informes de que es seguro, con la vida de tu hijo no juegas, te compras un cuna nido portátil para poner encima de la cama y que vale una pasta, y le acuestas en ella, en medio, al ladito de papá y mamá, y se pasa la noche llorando, como si estuviera a mil metros de ti. Y te das cuenta de que para ál, que busca olerte, tocarte y mamar, una super cuna nido portátil es un impedimento para estar con papá y mamá. Y te das con la cuna en la cabeza.
-No sabes si ha comido. ¿Y eso es malo? Es decir, que no coma en muchas horas puede ser malo, pero que coma y no te enteres porque estás dormida, ¿es malo? Yo creo que es gratificante porque te despiertas más descansada que si te levantas cada tres horas de reloj y te sientas en un sillón a dar de mamar al niño veinte minutos de cada pecho (ni quince, ni treinta, que si no se queda con hambre en el primer caso, y se empacha en el segundo).
-Se acostumbra. Ya. Todos nos acostumbramos a lo bueno pronto, ¿y por eso dejamos de hacerlo? Yo me voy de vacaciones todos los años sabiendo que la vuelta es horrible, pero me voy, a sabiendas de que puedo acostumbrarme. De todas formas, si en algún momento deseas sacarle de la cama, con paciencia y poco a poco, puedes hacerlo.
Óscar a los dieciocho meses dormía casi toda la noche en su cuna, en su habitación. Pero podría seguir en nuestra cama, de hecho, el día que quiere, duerme toda la noche con nosotros. A los dos años elegimos su habitación nueva, y desde los tres duerme en ella (a veces viene, claro está).
Iván duerme con nosotros, en la cama, desde el día que nació. La cuna del hospital, tampoco la usó.

La postura al mamar

Caben todas las posibilidades que uno pueda imaginar.
En brazos, tripa con tripa; con las piernas del bebé hacia atrás tipo “balón de rugby”; tumbados de lado; el bebé tumbado y la mamá sobre él; de pie; bailando si quieres… Lo importante es que sea cómoda para ambos y en ningún caso debe doler. Si duele, es mejor “desengancharle” y permitirle que coja de nuevo pezón y areola.
Lo que hay que tener en cuenta, sobre todo al principio, es que debe estar muy pegado a ti, con la cabeza bien sujeta y la nariz pegada a la areola.

Un paso atrás... sólo para tomar impulso

Amamanté 21 meses a mi hijo mayor, hasta que me dijo “tu teta, puag, quiero cola-cao”, y llevo casi 9 con el pequeño, y desde esa perspectiva, escribo estas líneas.
En mi corta experiencia dando de mamar he superado distintos obstáculos y cada día ha sido una nueva meta.
Como muchas otras yo también he pasado por todas las dudas posibles… Y no estuve sola, y tuve apoyo, pero aún así, dudé.

¿Podré dar el pecho?

Durante el embarazo te planteas cómo será todo cuando nazca: ver su carita, cambiarle la ropa, alimentarle… Y al menos en mi imaginación, todo era tranquilo, pausado, idílico.
La realidad no siempre es la misma, y las prisas y los llantos son frecuentes. Las noches en vela pueden convertirse en una constante y la forma de asimilar todo lo nuevo que sucede (en tu cuerpo y en tu mundo) determinará muchos aspectos futuros.
Me parece curioso que estando en el paritorio, mientras estaban limpiando al niño y haciéndole las pruebas pertinentes, el enfermero, rellenando la cartilla, me preguntó “¿Lactancia materna, artificial o mixta?”. Yo respondí, como no era de otra manera dado que soy primeriza y no contaba con experiencia anterior ni conocía absolutamente nada sobre lactancia: “materna, si puedo claro…”, y pensé qué quién sería la persona que respondiera “yo lactancia mixta”… No puedes decidir dar el pecho de día, y el biberón de noche, o un poquito de pecho, y el complemento, por si se queda con hambre…
Además has pensado durante nueve meses cómo vas a criarle y si te decides por la lactancia materna, lo haces bajo la coletilla de “si tengo leche, le daré el pecho”.
En este momento yo me pregunto “¿tienes ombligo?”, la respuesta es obvia. Entonces, ¿por qué no vas a tener leche?
Mi madre no pudo, su leche “no era buena”. Aún en el caso de que eso fuera 100% cierto (me quedo con mi duda, porque yo era un recién nacido y no pude opinar), no se hereda.
Aquí, la máxima es que si quieres, puedes. Pero tienes que querer.

Hablando de sentimientos

No quiero convencer, ni remover conciencias. Se trata de contar una experiencia, la mía.
Vivimos en un mundo en el que, por suerte, elegimos. Decidimos en cada momento porque podemos hacerlo, tenemos herramientas para buscar soluciones a los problemas y medios para llevarlas a cabo. Sin embargo a veces elegimos no elegir, y caemos en gregarismos. Nos dejamos llevar por la masa.
“El niño llora, será que se queda con hambre. Dale un biberón de complemento”. Ese complemento aboca a la lactancia materna al fracaso, pero no te lo van a contar. Tampoco te van a decir cómo te sentirás cuando el niño esté confundido y no sepa por qué mamá le da un bibe teniendo la teta tan a mano… O si va a ser tan pequeño que va a “colar” lo del bibe, pero claro, luego ya no querrá teta… Todo eso no te lo dicen. Sólo hay tablas, percentiles y a veces, a pesar de que todo eso sea correcto, simples impresiones que se trazan en sentencias a una madre que no puede asumir todo.
Sólo pretendo hablar de sentimientos. De mis sentimientos, de los de mis hijos, de los de mi marido.
Lo mejor que me pasa cada día (y es mucho decir, porque hay día en los que pasan cosas muy buenas) es el momento en el que me mira y me dice “ata” (que en su lengua de trapo significa “teta”) y se pone ansioso mientras me desabrocho. Luego le miro, y sonríe, y mama a todo gas unos minutos (muy pocos, siempre ha sido un niño de “teta Express”). Y después me acaricia.
Recuerdo que, cuando nació y la lactancia materna se tambaleaba, yo pensaba, “un mes más, y si no lo dejo…” Después de 21 meses, el día que él decidió dejarlo me dió una pena horrible, pero no fui yo quien le quitó el privilegio. Ahora miro a Iván y pienso, "sigue así mucho tiempo, hijo".
Al principio es cansado, igual que con biberón, o quizá algo menos, porque aunque no te puedes repartir ninguna toma con el papá, no tienes que levantarte a preparar biberones, calentar agua, medir leche, sentarte… Eso desvela. Se lo puedes dar recostada, sin encender la luz, y luego seguir durmiendo. Que os quedáis dormidos a medias, mejor que mejor, cuando os despertéis, cambio de postura, y a la otra teta.
Óscar se tiraba todo el día al pecho, Iván, también. Nunca ha seguido unas horas y yo no he mirado el reloj. A veces mama quince minutos de cada una y otras veces tres y sólo de una. Poco a poco él se fue normalizando, y se marcó sus propias pautas.  Iván, el pequeño, hace lo mismo.
La naturaleza es sabia, y se regula sola. Pero lo lógico es que sea cambiante, con el tiempo, con los días… Eso de “desde los dos meses duerme toda la noche del tirón…” o “le tienes mal acostumbrado porque el mío llora un poquito y luego se duerme…” me parecen utopías. Puedo contar con los dedos las noches que no se han despertado.
De hecho, si algún día no toma pecho, no sé cómo voy a calmarle por la noche, porque me parece lo más sencillo del mundo. Un trago, el olor de mamá, y dormido como un tronco.
Analizando las ventajas y los inconvenientes de la lactancia materna, la balanza se decanta en mi caso por las primeras.
El “boom” hormonal fue bajando paulatinamente, al contrario que si hubiera tomado medicación para bloquear la subida de leche, el sentimiento de tristeza que te puede invadir tras el parto se minimiza, la sensación de apego al recién nacido es mayor dado que come de ti, y esa experiencia es tanto o más gratificante que sentirle moverse en la tripa.
A nivel del niño éste obtiene todas las defensas que su madre le transmite. No corres el riego de empacharle, se elimina el riesgo de alergias, previene los cólicos del lactante, toma lo que realmente necesita (si la lactancia es a demanda), tiene el líquido que necesita (no hay que darle agua, que ya lo adapta él solito, a la carta), se siente más protegido por su madre ya que tiene el contacto constante con su piel, y aprende a succionar de forma natural.
Y en cuanto a la madre, la lactancia previene varios tipos de cáncer, osteoporosis y otras enfermedades, retrasa la llegada de la menstruación, lo que es positivo para que la madre se encuentre con fuerzas y no pierda hierro, consigue que el cuerpo se recupere del parto más rápido, sin esfuerzos, te obliga  atener una alimentación sana y equilibrada y tomar mucho líquido, algo fundamental para cualquier organismo y que a veces no ponemos en práctica… Y lo que es más importante, y que yo veo como una ventaja (habrá quien lo vea como un inconveniente, claro está) es que sólo lo puedes hacer tú. Cualquier persona le podrá hacer o dar a tu hijo cualquier otra cosa, pero el pecho es tuyo, y por supuesto ese momento, también.
Y como no podía ser de otro modo, también tiene cosas peores. El pecho se descompensa en ocasiones según tome más o menos de cada pecho, pierde forma por las constantes subidas del principio, que hacen que se hinche y se deshinche varias veces al día, si usas la lactancia como método anticonceptivo puedes tener alguna sorpresa (sólo funciona en casos concretos donde la lactancia es totalmente exclusiva y a demanda, no con horarios, sin saltarte ni una toma, y sólo durante los primeros seis meses del bebé). Hay quien dice que es esclavo, aunque yo no lo veo así, para mí es más esclavizante tener que salir a la calle con todo preparado “por si acaso”.

Dar de mamar: ayer y hoy

Dar de mamar es algo natural, instintivo e intuitivo, y sin embargo se presenta como un reto muy difícil de afrontar.
Una vez me dieron un consejo, el mejor que he podido aplicar: “Cuando tienes un hijo, hazle caso a tu sentido común”. El sentido común se infravalora y menosprecia en una sociedad plagada de fuentes documentales, revistas que todo lo saben y que chocan con las opiniones de las resabiadas abuelas que confían en la antigua usanza, Internet mal usado, enfermeras que te “orientan” para que introduzcas alimentos en la dieta de tu hijo a un determinado mes y no a otro, programas de televisión que te ayudan a educar a tus hijos con unas sencillas pautas, libros que proponen técnicas de aprendizaje para todo: dormir, comer, crear hábitos a base de condicionamientos… ¿Dónde queda el pensamiento propio?
Si a las dificultades normales de ser madre les añades tanta información que no consigues canalizar correctamente y sin tener una experiencia previa para discernir lo que es coherente y lo que no, el feliz proceso de lactar puede resultar traumático.
Hace años (y no tantos como cabe pensar) las mujeres tenían a sus hijos solas, o con una pequeña ayuda (o guía) externa, pero siguiendo lo que les marcaba su cuerpo. Hoy día no escuchamos a nuestro cuerpo porque no nos interesa; lo que tiene que decir es contrario a lo que marca “nuestra sociedad”. Los bebés nacían y eran, como ahora, igual de frágiles e indefensos, pero entonces, al contrario que hoy, sus madres lo primero que hacían era besarlos y abrazarlos, y acto seguido, ponerlos al pecho. Ahora es necesario un reconocimiento que en ocasiones se dilata y la separación de dos cuerpos que han estado siempre juntos es frustrante para ambos.
En el hospital te encuentras en un medio hostil, normalmente poco acogedor, y el miedo y la incertidumbre te llevan a tomar decisiones en base a lo que solicita el personal médico, dejando de lado tu idea de un parto “humanizado”, sin estar tumbada en una camilla.
Pero esas primeras horas de exaltación en el recién nacido son vitales para que todo fluya normalmente. El instaurar la lactancia en los primeros minutos consigue unos mejores resultados, además de fomentar en la madre el aumento de la oxitocina (hormona del amor, que hace que se desencadene todo el proceso de bienvenida al mundo).
En absoluto quiero decir que lo de antes sea mejor que lo de ahora, ni viceversa. Confío en encontrar el equilibrio. Quizá España aún está lejos de otros países donde el 97% de las madres dan el pecho y los partos se dilatan el tiempo necesario sin oxitocina química.
Con la atención actual en el embarazo, parto y post-parto se reduce significativamente la mortalidad infantil. Las medidas de higiene son mejores y los conocimientos médicos han conseguido salvar barreras que parecían inquebrantables; sin embargo, perdemos ese toque de naturalidad y el aprendizaje a través de la observación.
Con todo, dar el pecho es un arte. Actualmente aprendemos a dar de mamar (a pesar de ser algo tan intuitivo, hay que dejarse guiar) a través de los conocimientos que nos inculcan los expertos, normalmente en el hospital: matronas, enfermeras… Pero no tenemos generalmente alguien en quien fijarnos de forma cercana. Las mujeres dan de mamar durante un tiempo muy limitado, y no siempre lo hacen de cara a otras personas.
Dar el pecho no deja de ser un acto íntimo, por muchas personas que te rodeen. Hacerlo delante de otros es una decisión de la madre (que puede sentirse incómoda) y del niño (que puede solicitar el pecho en cualquier momento, sin importarle nada más).
Cuando no sabes hacer algo, buscas referentes para aprenderlo. Yo no sabía dar de mamar porque no me fié de mí misma y no lo había visto hacer a nadie. Aunque lo imaginas, crees que tú no vas a ser capaz. Sin embargo, puse todas mis fuerzas en seguir las indicaciones de la enfermera de planta: una niña de veintipocos que veía niños a diario pero nunca había tenido uno en brazos, y mucho menos en su pecho.
Así, cometí errores que hoy no repetiría: dejé que se llevaran a mi bebé al nido por la noche, para que yo “descansara”, admití que le diesen un biberón glucosado mientras estaba separado de mí, utilicé pezoneras (de silicona, y de una marca concreta, porque “son las mejores” porque mi nene “no se enganchaba” y yo “no tenía pezón”), le di chupete para que no llorase, le mantuve nada más llegar a la habitación dos horas en su cuco con una bolsa de agua caliente, “para que no perdiese calor”… Un sin fin de cosas que hoy día no aceptaría.
El niño, al pecho, y debajo de mi camisón. Eso haría.
Además, llegados a este punto sería importante destacar una nueva diferencia que se ha instaurado en la sociedad moderna frente a la época anterior: las horas. Dar el pecho a demanda se está “poniendo de moda” pero siempre ha sido así. El niño mama lo que necesita y cuando lo necesita, y si se lo permitimos, hasta la edad que él desea. Sin embargo, no han sido (y son todavía) pocos los que le ponen tiempos a la lactancia. Es muy común dar de mamar a un recién nacido cada tres horas, y unos veinte minutos de cada pecho ¿quién puede disfrutar así de un acto tan maravilloso?
Si intentamos adecuar la lactancia materna a la artificial (y no al revés), conseguimos precisamente eso.
Una de las mejores cosas que tiene dar de mamar es, en mi opinión, que nunca sabes cuánto ha comido, y por supuesto, no tienes que tirar lo que ha dejado.